IMAGINANDO CARICIAS


Estimado caballero:
Aún no sé cómo se desliza susurrante vuestra apasionada voz en mis oídos, ni cómo se desenvuelven vuestros elegantes modos en mis ojos, ni cómo vuestros ardientes dedos derriten la sensible piel, ni cómo, con vuestros cálidos labios, saboreáis la dulce fruta que tienta a la pasión desenfrenada...

Sin embargo, a través de vuestras letras escritas, os insinuáis seductor y sensible, a la vez que inflamante y creador de incendios secretos...
Por ello, mi imaginación se ha encaprichado en situaros unos siglos atrás, como un Don Juan, conquistador sutil de miradas femeninas en las calles de la hermosa ciudad de Sevilla, como un travieso ladrón de dulces besos y como un escultor de caricias en las alcobas de las señoriales casas...
Quien sabe si en vuestra mente se hallará la imagen de alguna joven de cuerpo voluptuoso, de labios jugosos que invitan al beso y de una piel de alabastro que, aún siendo clara como la de una Venus esculpida, su tacto resulta ardiente al contacto.

Situémonos en la misma urbe dorada del Guadalquivir, en algún día de primavera en el siglo en el que Garcilaso cantaba a su Elisa y Calderón soñaba que la vida era sueño...
Luminosa se encontraba la mañana, el perfume embriagador del azahar recorría sus plazas y enardecía los sentimientos y las pasiones del ser humano.

Un paseo en la ribera del río, muy cerca de la Torre del Oro, de una dama elegante, de claros ojos y piel de seda, acompañada por un pequeño séquito de mujeres que charlaban animosas chismorreando sobre los acontecimientos de la ciudad, admirando la perfección de las rosas.

En el sentido contrario caminaba un hombre joven, de aspecto atractivo, quizá el hijo de un aristócrata por sus modales, ensimismado en sus pensamientos... su andar era sereno y seductor...

Al levantar la vista, divisó al grupo de mujeres que se acercaban...le llamó poderosamente una mirada clara, verde que no tenía nada que envidiar al líquido elemento cercano...era tímida, inocente, pero en sus pupilas intuyó un atisbo de pasión en su intimidad...

La dama portaba en su mano un abanico para sofocar el calor del día...mientras seguía la conversación, la visión del hombre en la lejanía, la encandiló como si de un embrujo se tratara...
Al llegar a la altura del misterioso caballero...sus ojos se encontraron...manteniéndose...ella, a través del encaje, y él, perplejo por la intensidad que había adquirido repentinamente el color de sus iris...

Tras bañarse largamente en el mar de sus ojos, el joven caballero inclinose ante las damas retirando elegantemente su sombrero...las mujeres respondieron con una delicada reverencia ante el amable saludo...al mismo tiempo que reían entre sus abanicos y cuchicheaban como gesto de coquetería femenina ante el atractivo del galante muchacho...excepto ella, que se mantenía, tras la cortesía, tímida,  con las mejillas sonrosadas, con el rostro bajo, sólo elevado para mirarle brevemente y en el momento en el que sus pupilas eran abrazadas por las del caballero, sonreían sus labios para volver sus ojos a escaparse de nuevo.

Los pasos de la comitiva se adelantaban distraídas tras el encuentro, mientras Doña Ana (el eterno deseo de Don Juan) ralentizaba el movimiento de sus delicados pies, provocando silencios en su caminar para contemplar la figura del joven que continuaba su trayecto, así mismo el atractivo caballero torneaba su figura  para perderse en los sublimes pasos de ella, creándose un maravilloso contrapunto en la partitura del paseo.

Durante ese día sus pensamientos se dedicaron a recordarse...a ambos el primer cruce de miradas les había impactado...ella deseaba volverle a ver...imaginaba ser besada por sus labios y acariciada por sus dulces manos y en él, surgió un anhelo mayor, no sólo escuchó lo que involuntaria y secretamente hablaron sus ojos claros, si no que su cuerpo, que se adivinaba voluptuoso, al mismo tiempo que el perfume sensual que desprendía su piel, le invitaba a probarlo, como de un árbol frutal, los rojos y tentadores frutos del pecado...incendiándolo en el recuerdo.

Las nornas, semidiosas sabedoras del sino de los mortales, depararon un segundo encuentro para ellos...
Fue esa misma tarde, en el momento en el que Helios se ocultaba en el horizonte dejando paso a la Luna y a las constelaciones para que reinaran en el cielo.
Doña Ana, como mujer virtuosa y cultivada, amaba las artes que las musas inspiraban y en especial el lenguaje sonoro que cultivaba Terpsícore (la musa de la música),
por ello, decidió aceptar la invitación a una velada cultural que un personaje ilustre había organizado en su palacio.

El acontecimiento se desarrolló en el patio de la casa de doble altura y porticado; en el centro del mismo, las  luminosas cerámicas, el susurro del agua y el aroma de las abundantes flores le daba esplendor.

La cercanía al paraíso se incrementaba con los cristalinos arpegios de la tiorba y de las melodías que transmitían las pasiones del alma a través del canto...
Don Juan y Doña Ana se encontraban entre los selectos asistentes....sin embargo, aún no se habían percatado de la presencia de ambos.

Un sensual perfume de delicadas rosas y embriagador jazmín, procedente de un negro cabello recogido, en el que rizados mechones, como cascadas descendían por su dulce y marmóreo cuello, os resultó ardientemente familiar...deseabais que la joven dama, de hombros suaves y redondeados, tornara su rostro para reconocer las esmeraldas de su mirada.

Vuestra mirada incendiaba los contornos de su nuca...convirtiéndoos en invisibles labios sobre su piel; anhelabais ser la brisa que acariciaba los lóbulos de sus orejas, la armonía que agitaba su alma...
Erais invisibles dedos ardientes en su espalda...

Derretíais con la intensidad de vuestro deseo sus botoncitos de nácar que permitían descubrir en la intimidad su ansiado cuerpo.
Anhelabais el tacto suave y cálido de su piel entre vuestros brazos, ser el pintor que dibujara, en el lienzo de la pasión, a Afrodita surgiendo del océano.

Enarbolados se encontraban vuestros sentimientos observando tan insinuante visión; mientras ella soñaba despierta, imaginando que vos os hallaríais cerca, a su lado, sintiendo como una de sus manos era acariciada, furtivamente, en su regazo por la dulzura de las vuestras, sintiendo vuestro ardiente aliento al susurrar e incluso el sabor de vuestros labios al besar. Imaginaba que vuestros delicados dedos, hechos para las caricias, correteaban traviesos haciéndole cosquillas en sus hombros...

Tan real lo percibí  que mi rostro se torno hacia atrás encontrándome con vos, cayendo cautiva en el abrazo de vuestra mirada, convirtiéndose en hipnótica a la luz de las candelas.
En esos segundos eternos, volvisteis a dibujar con invisibles pinceles las ruborizadas mejillas, los claros ojos relucientes y los jugosos labios, que os invitaban a convertiros en pícaro ladrón de besos.

Anhelabais esculpir con el fuego de vuestra boca el mármol del cuello, la redondez de los suaves hombros...y el velo translúcido que cubría el descenso hacia el valle de las doradas manzanas, dejaba volar libremente vuestro pensamiento.
Las melodías habían dejado de ser placentero sentimiento y el auditorio se paseaba  por el vergel  admirándolo y conversando entre ellos.

Una reverencia cortés y un beso cálido y lento en mi mano os permitió acercaros a mí.
Hablando de lo divino y lo humano nos perdimos entre las columnas sinuosas del encantador patio, mientras vuestra mano prendía la mía.
Escondidos entre una de ellas, en la penumbra, dedicándome una sutil dulzura en mi rostro, os animó a profanar lentamente, rozando vuestros labios, los míos, asiéndome por la cintura  con un brazo, atrayéndome a vuestro pecho mientras vuestros traviesos dedos jugaban con los mechones, que a modo de cascada, descendían por el níveo cuello y provocaban una incipiente incendio en mi ser.

Un susurro se deslizaba en mis oídos "Perdámonos", dijisteis y en el laberinto de escalinatas, portezuelas y pasillos del palacio...desaparecimos
Perdidos nos encontramos en cada abrazo, en cada beso y en cada caricia que vuestras manos recorrían por mi ropa

Una alcoba abierta, en la segunda planta de la casa, parecía perfecta para deshacernos en pasiones.
Mis labios se ofrecían a vos, semiabiertos, jugosos, ardientes preparando el próximo beso...

Al entrar, me acomodé, sentándome en el lecho. Vos os arrodillasteis, descalzabais mis pies con dulzura, acariciándolos con vuestros labios, que ascendían por mis tobillos, retirando a la vez las telas que conformaban mi ropaje, dejando al descubierto la piel sensible de mis piernas...

Vuestros ágiles dedos deshicieron, en un gesto, mi cabello, mientras vuestra boca derretía mi ser en mi cuello. Os situasteis detrás de mí... sentía vuestro ardiente aliento en mi nuca, desabrochando con maestría aquellos botoncillos, obstáculos para percibir con todos vuestros sentidos la piel...

Os situasteis  frente a mi...una brisa cálida de vuestros labios, ahora, era la que recorría la geografía de mi piel avivando más el incendio provocado...era vuestro ardiente aliento el que me bañaba...nuevamente el cuello, los hombros, el valle níveo de mis senos, los rosados pezones que se erizaban al contacto con el divino aliseo que vuestra boca emanaba...a los cuales la misma no se podía resistir, necesitando probarlos, deshacerlos entre vuestros dientes suavemente y humedecerlos con vuestra traviesa lengua y hacerlos vibrar como la púa a la cuerda de la vihuela...

Ante vuestros actos, el vello se erizaba, la respiración se agitaba, el pulso cardiaco acrecentaba su ternario ritmo, las montañas de mi pecho se elevaban, turgiéndose por la excitación...
Las yemas de vuestros dedos se deslizaban en mis costados, por mi espalda, por mis nalgas, mientras el céfiro que había sido cálido y suave, se convirtió en un provocador y pasional huracán en mi vientre y en mis muslos.

Un ciclón que ascendía por la cara interior de mis piernas...que se escondía entre mis ingles...
Me recosté en las sábanas del lecho, os inclinasteis sobre mi para besar mis labios sedientos...

Mis manos nerviosas sacaron la camisa del pantalón y os acariciaron lujuriosamente en el interior de la misma, de la que posteriormente me deshice...sintiendo el ardiente tacto de vuestro pecho y la dureza de vuestro vientre...

Mis dedos corretearon en vuestro cuello, en vuestra nuca, dibujaron el contorno de vuestras orejas y se perdieron en la extensión de vuestra espalda.
Os retirasteis para continuar  vuestra excitante labor...entre mis piernas...vuestro aliento en  mi paraje intimo...volvía a provocar extasiados suspiros...

Vuestra lengua y vuestra boca bebían de mi néctar, que surgía de acariciar con precisión el centro de mi placer, los sonidos que brotaban de mis cuerdas vocales eran aun mayores conforme el ritmo de vuestros movimientos aumentaba.


Sintiendo aproximarse el clímax de la pasión en vuestros labios, os recostasteis sobre mí y ya desnudo, como hábil aventurero os internasteis suavemente en la profunda sima del placer inundándonos en cada tensión, en cada suspiro, en cada gemido, en cada vello erizado...resolviendo esta excitante disonancia en una cadencia perfecta en nuestros cuerpos.

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